No somos la perfección que proyectamos.He leido un blog de alguien, y no consigo encontrar quién, pero dejo aquí sus sabías palabras… espero os ayuden como madres y padres.
«En un momento soltamos todo nuestro amor incondicional hacia nuestros hijos y al siguiente instante suplicamos por media hora de descanso en el sofá, una lectura o en algunos casos, ver una serie ridícula de televisión.
Vivimos lo que hay en nuestro interior.
No puedes vivir el amor incondicional si no te amas a ti misma incondicionalmente (con las sombras, los egoísmos, las contradicciones…) De la misma manera, no podrás respetar verdaderamente a tus hijos hasta que no te respetes a ti misma, hasta que comprendas (no mentalmente, sino corporalmente) que significa la palabra Respeto (tan de moda en la crianza con apego).
Pero es este caso, quiero hablar de las hijas que son y de las hijas que nos gustarían que fueran. Y voy a usar principalmente «hijas» porque la fusión que las madres sentimos con nuestros retoños, se forja especialmente intensa con las hijas. A ellas les transmitimos nuestra feminidad junto con la de nuestras antepasadas y, en una cadena, será ella quien la transmita a sus propias hijas. Cuando las niñas cumplen los seis años dejan atrás su primera infancia. Al mirar frente a frente a nuestras hijas, nos vemos reflejadas en nuestras carencias, traumas, inquietudes, temores y deseos incumplidos. Muchas hemos dejado nuestro trabajo y nos hemos centrado en dar todo el amor que necesitaban y requería una crianza más humana que la que nosotras mismas tuvimos. Una crianza, eso sí, llena de retos, altibajos, soledad y dolor; pero una crianza mucho más humana que la que nosotras tuvimos. Las hemos cuidado con esmero, les hemos dado pecho a demanda, las hemos arropado y abrazado hasta que ya no podíamos más y, ahora, cuando comienzan a crecer y dejar de ser las bebés dependientes y adorables que eran, miramos con estupor en qué se han convertido: Niñas que juegan con Barbies y Monster High, que les gusta pintarse y hablan de chicos a los siete años. U otras que asisten puntualmente a clase y se creen toda la disciplina escolar (incluso si los padres no se la creen) y enfocan su vida en los conocimientos académicos. Otras, tímidas y pérdidas, como si no pudieran encontrar, a pesar de todos los esfuerzos, la fuerza para salir adelante por sí mismas o las que se vuelven locas por la televisión y las golosinas. Hijas de madres vegetarianas que devoran bocadillos de jamón. Niñas criadas entre algodón orgánico que lloran desconsoladamente delante de una tienda de los chinos. Niñas educadas con apego que presentan miedo escénico o dependencia…
Y las madres de las hijas algo mayores miramos incrédulas a nuestras criaturas sin saber bien qué ocurrió, dónde estuvo el fallo, por qué ella no es como debía ser… ¿Cómo debía ser? Y entonces, una vez más, nuestras hijas, que en verdad son nuestras maestras, nos enseñan la lección. Ellas no han venido aquí para cumplir nuestros deseos ni cerrar nuestras heridas. Ellas están aquí para vivir su propia existencia. No vinieron a ser unas artistas sensibles y creativas por nosotras, ni a cambiar el mundo por nosotras, ni a despreciar las cosas que no nos gustan a los adultos, ni vinieron a ser más espirituales o mejores que nosotras… ¿Quién nos dijo que eso iba a ocurrir? Ni siquiera vienen a estar de acuerdo con nosotras ni mantener nuestros ideales o valores.
Ellas son libres, espíritus de la vida que necesitaron de nuestros cuidados y protección durante los seis o siete primeros años. Ahora necesitan nuestra confianza y amor. Si durante la primera infancia, la base fue el cuerpo, el contacto, la leche y el calor; ahora, a punto de entrar en la pubertad, la base podría ser la aceptación. Aceptar que nuestra hija siente, vive, aprende, ama, desea de manera diferente a como nosotras lo hacemos. Aceptar que no redimiremos nuestro pasado a través de sus actos. Aceptar que la vida se nos ofrece en tonos y no en colores absolutos, que nuestra mirada no es la única, ni la mejor. Aceptar que el amor está por encima de las formas. Y, entonces, quizá las madres habremos aprendido otra lección.
Os dejo con unos versos que leo y releo a menudo.
“Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida,
deseosa de sí misma.
No vienen de ti,
sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.
Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos,
pues ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas,
porque ellos
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar,
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerles semejantes a ti,
porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas,
son lanzados.
Deja que la inclinación,
en tu mano de arquero,
sea para la felicidad.”
Khalil Gibra»
Precioso y certero. Nos vemos el sábado 28.
Gracias. Creo que sabes cuanto bien me hacen hoy en día estas palabras.
Un beso.
Si Pilar nos vemos el 28.
Me alegro Ale y lo sé….
Me gusta lo que has escrito sobre las madres y las hijas…. tendria que recordarlo cada instante de mi vida de madre de mi hija… vale, lo recordaré. Y después, Aceptacion y Respeto (no mental, sino corporalmente) valiosos tesoros para la vida… para el Amor con mayuscula, el incondicional… me gustaria encontrar el mapa de este tesoro, estoy muy atenta a las pistas. Una vez màs gracias por estar siempre cerca Arantxilla.